Un cambio de gabinete inevitable para salvar la gobernabilidad
Con siete elecciones entre 2020 y 2021, Piñera intenta ordenar a un oficialismo en rebelión con el ingreso de ministros fuertes que representan sensibilidades diversas, a los que el Presidente debería delegar espacio y poder.
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Un gabinete para Chile Vamos
Era un cambio de gabinete inevitable. Para el Ejecutivo y, en particular para el presidente Piñera, resultaba urgente terminar con la crisis de gobernabilidad instalada en el oficialismo en las últimas semanas. Porque la fuerte derrota sufrida por La Moneda en la votación de la reforma constitucional que permitirá el retiro del 10% de los fondos de las AFP no solo representó el tiro de gracia a un comité político cuestionado –con Gonzalo Blumel en el centro de las críticas por su papel desde Interior–, sino que desató una profunda crisis en los partidos que sustentan al bloque: descuelgues en votaciones en el Congreso, renuncias, presiones públicas por cambios...La cirugía llevada a cabo por el mandatario en su equipo, por lo tanto, obedece a la imperiosa necesidad de aquietar las aguas internas, a diferencia del cambio de gabinete del 28 de octubre cuando se optó por figuras dialogantes y mejor aceptadas por la ciudadanía en ese momento, como el propio Blumel y Karla Rubilar como portavoz.
Piñera se decidió por una solución práctica: en su nuevo equipo tendrá representantes de los sectores relevantes de los dos partidos grandes de Chile Vamos y sus respectivas oposiciones.
Andrés Allamand en Cancillería y Mario Desbordes, en Defensa, representan las antípoda en la interna de RN. Víctor Pérez en Interior y Jaime Bellolio en la vocería, en tanto, son nombres cercanos a la actual directiva de Jacqueline van Rysselberghe y la disidencia de la UDI, respectivamente. Mientras, Evópoli pierde poder con este movimiento: la colectividad joven del oficialismo tenía dos de los ministerios de mayor relevancia (Interior y Hacienda).
Intentando recuperar el timón
La escena es complejísima para La Moneda: la crisis sanitaria está aún en proceso, comienza a arrancar el plan de desconfinamiento, se observa el rebrote del desorden público y la violencia y la debacle económica sería de larga proyección. Las encuestas otra vez están a la baja y el "parlamentarismo de facto" parece instalado en la política chilena.
Con el cambio de gabinete, Piñera busca aplacar la rebelión interna y salir del inmovilismo en que el Gobierno está sumido desde la derrota del 10%. Lo hace de cara al sobrepoblado calendario electoral de Chile entre 2020 y 2021, con siete elecciones, incluido el plebiscito constitucional de octubre. El Ejecutivo, al margen de la pública prescindencia que intente proyectar, parece consciente de que no se mueve solo en las canchas de la organización, el orden y la seguridad, sino que se juega buena parte del destino de las ideas y el legado de la centroderecha.
Respaldo a los sectoriales
Salvo en Desarrollo Social, un ministerio que no ha logrado el brillo que tuvo el último tiempo con Sebastián Sichel ¬–el entonces ministro mejor evaluado que asumió en Banco Estado–, los cambios fueron eminentemente políticos. Si bien se especuló que en este movimiento el Presidente incorporaría a carteras sectoriales, queda en evidencia que Piñera mantiene la confianza en el equipo que deberá ejecutar las iniciativas consideradas en el Plan de Emergencia firmado en junio con la oposición, que considera US$ 12 mil millones para la reactivación. Obras Públicas, Trabajo, Economía, entre otros, han sido, por lo tanto, respaldados.
¿Se atrinchera?
Un elemento adicional que explica este cambio de gabinete se relaciona con la imperiosa necesidad de La Moneda de recuperar su base de apoyo con 19 meses aún de Gobierno por delante. La última encuesta Cadem no solo mostró una caída a 12% de respaldo (tres puntos por sobre su mínimo histórico), sino la pérdida de piso entre quienes se identifican con su propio sector político. Según el sondeo, la aprobación al mandatario bajó de 56% a 28% en el último mes, entre quienes se definen de derecha. Entre los que dijeron haber votado por Piñera, pasó de 48% a 27%.
La incorporación de figuras fuertes del oficialismo en el gabinete apuesta a seducir nuevamente a las almas críticas de la derecha. Efectivamente, los ministros entrantes apenas asumieron garantizaron imparcialidad respecto del plebiscito del 25 de octubre, por ejemplo, pero no es un dato menor que tres de las cuatro caras nuevas están públicamente identificadas con el rechazo: Pérez, el nuevo ministro del Interior; Allamand, uno de los principales rostros de esta alternativa; y el vocero Bellolio, que recientemente informó sobre su giro y su opción por no cambiar la Constitución. Es, en definitiva, la entrada de los duros.
Paños fríos a lucha en RN
RN es el partido con mayor número de parlamentario del oficialismo y fue la colectividad de Piñera cuando militaba, pero la tensión en esa colectividad estaba salpicando con fuerza a La Moneda. En este cambio de gabinete, por lo tanto, los dos principales exponentes de las facciones internas de RN se convirtieron en ministros: Desbordes en Defensa y Allamand en Relaciones Exteriores. A partir de ahora, sus disputas por el control interno del partido deberían, necesariamente, quedar relegadas a sus respectivos grupos de apoyo, porque ambos se calzan el traje de ministros y deberían tomar distancia pública de estos procesos. El mandatario, con este movimiento de piezas, busca asegurarse de que la guerra civil no se replique al interior del gobierno y, a priori, no parece una tarea compleja: ambos compartirán un mismo jefe y las características propias de sus respectivas carteras ejercerán como diques de contención.
Para Allamand, al menos, el proceso de dejar de lado los cuestionamientos públicos y luego incorporarse al gobierno no es nuevo: lo hizo en 2011, cuando el mismo Piñera lo nombró en Defensa.
El papel del presidente
A tres días de su cuenta pública anual ante el Parlamento del viernes, uno de los asuntos que se responderán con el paso de los días apuntan al papel que asumirá el propio presidente Piñera, desde esta semana acompañado con ministros fuertes en su equipo político. Su nuevo titular de Interior tiene amplia experiencia parlamentaria, conoce de negociaciones y tiene injerencia en la UDI y en el conglomerado, a diferencia de Blumel. Los galones políticos de Pérez, por lo tanto, hacen suponer que asume con las facultades, rango y presencia que le permitan jugar a sus anchas –como lo hizo Andrés Chadwick en el primer período–, lo que necesariamente requeriría de un presidente que deje abierta la cancha a sus colaboradores y abra espacio en la primera línea de protagonismo, como una especie de jefe de Estado.
El pragmatismo de Piñera
Como lo hizo la semana pasada con la reforma que permitirá a los afiliados el retiro del 10% de sus ahorros previsionales, al anunciar rápidamente la promulgación de la ley, de nuevo el Presidente muestra unas de sus principales características como político: el total pragmatismo. Con la salida de Blumel de Interior, se deshace por completo del equipo de Apoquindo 3000 –su círculo de extrema confianza– que lo acompañó entre los dos gobiernos. Con racionalidad, por otra parte, intenta controlar la rebelión de Chile Vamos incorporando casi salomónicamente a todas las fracciones, incluso a dos de las figuras de mayor complejidad para su segundo mandato. Por un lado, a Desbordes, que ha cumplido un papel central en que la derecha corra el cerco hacia posiciones menos ortodoxas, populares y de mayor sintonía con la ciudadanía, a costa de la estabilidad del propio Ejecutivo. Ahora, desde Defensa verá limitada su capacidad de intervenir en el debate político, aunque de seguro será un puente directo entre La Moneda y RN. Lo mismo con el canciller: en Chile Vamos no se olvidan que luego de la derrota de Evelyn Matthei en las presidenciales de 2013, el abogado sostuvo que "el principal responsable del fracaso electoral es Piñera". Entonces, la vocera y hoy ministra del Deporte, Cecilia Pérez, respondió: "El Gobierno ya no espera nada de Andrés Allamand". Siete años después, sin embargo, el mandatario lo vuelve a llamar.